El Culo Sucio (con perdón de la palabra)

 

Hacía tanto tiempo que no se llegaba por el poblado de Chaves, que ya pocos se acordaban de él.

Como siempre su presencia tenía algo de aparición mágica, aunque bien sabíamos que había llegado en el tren de pasajeros, ya que su prestigio profesional nunca le hubiera permitido usar el de carga.

En el aire primaveral ya comenzaban, guardando intervalos, las notas armoniosas del “pito del afilador”, su pregón misterioso y somnoliento.

Iniciaba su recorrido empujando su “máquina de afilar”, una piedra esmeril redonda, impulsada velozmente por una cadena y rueda dentada de bicicleta al pedalear, según el ritmo requerido.

Recorría las calles céntricas afilando la cuchillería y tijeras, especialmente de las amas de casa puebleras y gringas y las de algunas sastrerías, fondas y hoteles, escoltado por los chiquilines extasiados por la lluvia de chispitas que saltaban de su piedra.

En nuestro pueblo del sur bonaerense, tan campero, no había gran demanda para este servicio. ¿Qué argentino no sabía afilar su cuchillo?

Cuando se los ofertaba, los paisanos lo miraban sobradores, pero con complicidad y respeto, pues muchos creían que su oficio no era más que una argucia, dando al término “andar afilando” el mismo sentido de andar noviando o enamorando mujeres.

Pero en centros más urbanizados del país su figura era tan popular que mereció la composición de una difundida “Ranchera del Afilador”, de la que aún recuerdo párrafos:

Camino siempre testigo errante
Y soy constante más que valiente
no habrá ilusiones en mi camino
pero el destino me grita siempre
“afilador, no abandones tu pedal
dale que dale a la rueda
que de alguna puerta
ya te llamarán”

El fruto de sus giras artesanales por el interior del país le permitía pasar varios meses en su barrio natal del arrabal porteño, feliz en el ambiente reo de escolazo y copetines, entre lunfas y milongueras.

En sus visitas por Gonzales Chaves, menospreciando su poco resultado económico, le gustaba hospedarse en “El Farol Rojo”, en el  barrio Patas Largas, por algunos días.

Pero nuestro afilador, no sólo era filoso, además también era filósofo.

Reiteraba que los hombres sólo eran barajas gastadas, naipes sucios en la mano del destino, y que por su mala suerte, a él, en la timba de la vida, le había tocado ser el AS DE OROS del juego de la baraja española.

Por esto los contertulios del Farol Rojo lo apodaron “Culo Sucio” inapelablemente.

La última vez que estuvo por Chaves, se llevó unos billetes de la Lotería de Montevideo, pensando cambiar la suerte de la de la habitual numeración que compraba en su agencia porteña.

Supimos que le tocó un premio importante, que esto lo curó de su escepticismo y le cambió su vida de “yetatore”.

En el altar de la Virgen de Lourdes en Santos Lugares, junto a cirios de novias y colimbas que se salvaron del servicio, muletas de rengos y lentes de ciegos que sanaron, quedó su máquina de afilador.

Supe que se casó y que ahora lo apodan AS DE ESPADAS.

Osvaldo Furlani

25 Mayo 2022

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