Tres cuentos pampas

No sé, estimados lectores de Chaverías, si debo distraer vuestro tiempo para comunicarles mis pobres “saberes”.

Veo que éstos se me van quedando tan atrás en el tiempo, y tienen poca aplicación práctica. Es más, la mayoría no sólo no lo hallará interesantes; ni sabrá de qué les estamos hablando, en el entrañable y viejo lenguaje. Claro que siempre habrá curiosos del pasado; tal vez los lean con agrado. A ellos nos dirigimos.

Intentaré trasmitir literatura, pero esta vez no será la que vino con los europeos, esa la encontrarán en libros y bibliotecas. Tampoco los textos de las viejas civilizaciones, como el del Popol-Vuh de los mayas, por ejemplo, que contiene el cuento de la rebelión de los utensilios domésticos contra sus dueños, a miles de kilómetros y siglos de distancia, en el Chaco Salteño, nuestros chirigüanos vienen relatando la misma historia por tradición oral.

Aquí me referiré a esa literatura preexistente en forma de cuentos, leyendas, etc., que entroncando con el fondo ancestral de toda la especie humana, ya estaba en América desde 13.000 años.

Los pueblos indígenas las trasmitieron de forma oral, y luego pasaron a la población campesina, mestiza, y aún a los inmigrantes acriollados.
De estas raíces, conozco unas pocas locales, en lo que relativamente puedan serlo, pues con variantes, forman parte del acerbo común americano, de extracción no europea.

Intentaré trasmitirles tres, de prosapia pampa, como los hubieran contado “cuiviche” (los  antiguos). Aunque ellos no hubieran querido que huincas y puebleros los sepan.

De todos modos, les prestaré mi memoria, para que estos anónimos ancestros puedan contarles, queridos lectores, sus cuentos de picardía ingenua, que según decían ellos, sucedieron en “vilmapulito” (principio del mundo).

Cuando anden cruzando campo a lo oscuro, y sientan que la Lechuza arma un escándalo de chistidos y gritos, que suenan algo así como: “cha ca ca ca cha, ca, cacarú ¡tap! ¡tap!” tengan por seguro que se ha encontrado con el Peludo, su compadre, con el que no se lleva bien desde añares, y cada vez que se cruza con él, lo cubre de insultos, y éste trata de escabullirse, disimulando.

Sucedió que antes, el Peludo era constructor de cuevas, y la Lechuza le encargó una para ella.

-¡Encantado, comadre! ¿Dónde la quiere?
-En esta lomita nomás, compadre.

Y el peludo enseguida le cavó una cueva, medio estrecha y poco honda.
-Entre, comadre, a ver si le gusta la cueva-dijo el “Covür

Se metió doña Neque, la Lechuza, apurada, y quedó apretada en la cueva, y con la mitad de atrás del cuerpo afuera.

¡Ahí nomás el descarado del Peludo se le prendió de las verijas a la comadre! (la acosó sexualmente, como dicen ahora).

Es por eso que siempre que la Lechuza se cruza con el Peludo, le hace unos vuelos rasantes y le grita: “Cas.. cas… ¡cascarudo forzador! Tasp, tasp, chist, chist”

Para vengarse de la Lechuza, Covür, el Peludo, vio a su compadre, Guor, el Zorro. Estos son sus nombres pampas. A la lechuza se debe nombrarlaCoa, Neque, o Yarquen, no se debe decirle su nombre verdadero porque se ofende mucho y es capaz de hacernos “mal de ojo”, porque en “la lengua” pampa, de la raíz de su nombre verdadero chiuüd derivaron los indígenas el verbo chiuüdchiuúdún: estar en continua rotación, y también chiuüdn: dar vueltas y chiuüddrupaiún: caminar dando vueltas, y chuúddrupán: dar media vuelta, volcarse. Estos dos últimos son los que más rabia le dan, porque recuerdan para siempre la jugarreta que le hizo el Zorro en nombre del Peludo.

Una tarde que doña Neque, estaba posada en un tronco seco, el Zorro, empezó a caminar dando vueltas a cierta distancia de la Lechuza, conociendo lo enormemente curiosa que era el ave.

Esta, para no dejar de mirar qué hacía el Zorro, en vez de girar su cuerpo, daba vueltas la cabeza como siempre lo hace.

Siguió el Zorro dando vueltas a su alrededor, hasta que a la lechuza se le desenroscó la cabeza, y se le cayó al suelo. Desde entonces que no quiere oír la palabra chiuüd, su onomatopéyico nombre, ni sus verbos derivados.

Para que le devolvieran el cráneo, les tuvo que trenzar dos lazos de tientos que en cuanto los tuvieron, los compadres se fueron a divertir a una pialada puerta afuera, en un auca-malal (corral de yeguas cimarronas) que había en el pago.

El Peludo, al que el Zorro lo había tomado por zonzo, a la puerta del corral se cavó una cueva honda, estrecha y con una curva. El aprovechador del Zorro le dijo: “compadre, haga otra cueva para mí, pero bien grande, para dormir al fresco después de la pialada”.

El Peludo le cavó una ancha y derecha.

Empezó la pialada y la primera yegua que portió, el Peludo que se ató el lazo a la cintura, le echó un pial y se zambulló en la cueva curva, hinchó la cáscara y cuando terminó el lazo, volteó la yegua limpita.

El Zorro dijo: es fácil. Se ató él también el lazo a la cintura, se escupió las manos, compadrito, se requintó el sombrero, y de fanfarrón eligió al padrillo de la manada: del cogote lo enlazó y se zambulló en la cueva grande y derecha.

Cuando se terminó el lazo, salió de la cueva como un cañonazo, y el padrillo disparando campo afuera lo arrastraba y golpeaba en los cardales.

El Peludo le gritaba: “¡Eche verija, compadre, haga uña!” Y como al Zorro, apretado por el lazo, se le salían unos soretitos alargados y secos, el Peludo le avisaba: “¡Compadre, que va perdiendo los cigarros!

Pasado un tiempo, el Peludo encontró en una vizcachera la calavera del Zorro, que le brillaban los dientes a la luz de la luna, y le dijo:“¡Compadre, seguro que se está riendo porque se acuerda de aquella pialada!”

Por andar robando guascas por los galpones y pollos en los gallineros del pueblo, el Zorro se había llenado de pulgas.

De tal modo que no podía dormir ni cazar, se lo pasaba rascando, y había quedado la piel y los huesos.

Una mañanita, recorriendo el campo sin perros, para no asustar a los bichos, lo vi que andaba costeando un alambrado viejo y cada tanto sacaba velloncitos de lana de la que enredaban las ovejas al rascarse en las púas.

Cuando tuvo un montoncito regular, lo alzó en la boca y salió al trotecito.

Intrigado, lo seguí con cuidado de no asustarlo.

Fue derecho por una sendita hasta una laguna media honda que había, y se empezó a meter en el agua muy lentamente y cada vez más hondo. Después de un rato, comprendí qué hacía el Zorro.

A medida que las invadía el agua, las pulgas se corrían más arriba. Con toda paciencia el Zorro se hundía muy despacito y las pulgas se desplazaban.

Ya asomaba sólo la cabeza, y ahora sólo afloraba el hocico con el vellón de lana fuera del agua.

Esperó bastante, y cuando todas las pulgas estaban refugiadas en el vellón de lana, lo soltó de golpe en medio de la laguna, y salió como cohete. Sacudiéndose el agua, sin mirar atrás, se me perdió entre las pajas. ¡Animalito pícaro!

Osvaldo Furlani
Febrero 2010
Año del Bicentenario

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