Sucesivas capas de pintura hacen borrosa la inscripción, y además se le ha adosado un cesto para depositar papeles, y la cubren las inscripciones de los adolescentes, que como alguna vez lejana, también lo hicimos nosotros, tratan de ese modo de afirmar su personalidad.

Esta fecha, 1885, es la más remota que se puede exhibir actualmente en ningún edificio de nuestra ciudad; aunque hasta hoy permanece ignorada sería bueno se tomen las medidas necesarias para resaltarla, más durante el Centenario.

Como aficionado a conocer el pasado, lo mismo que el arqueólogo, tengo bastante de “ciruja de la historia”, y hasta escuche decir a unos vecinos que pasaban: “Mirá Furlani, anda de cartonero”, porque me vieron revolviendo en una pila de desperdicios acumulados en el andén abandonado de aquel período.

Hoy pondré a disposición del público, mediante el “escaneo” o como se llame, el botín que obtuve de esa “cirujeada” porque tal vez a muchos les interese leer estas páginas marchitas y apolilladas de una vieja guía del Ferrocarril del Sur que rescate de esa hecatombe.

La fecha, 1938, y la enumeración de nombres y comercios, me hizo revivir mis 8 años de edad cuando era un “Boy scout” local (mi chochera se permite adjuntar fotografía); hacíamos instrucción física en la escuelita de la Quinta La Paz, un día patrio, donde después nos sirvieron un chocolate.

También el nombre de uno de los conservatorios de música me recordó que participé en un concierto de piano, con mi hermano y otros niños.

Como tal vez no me lo crean, busqué el programa y lo reproduzco porque también encontrarán en él su nombre muchas convecinas. Acoto que tal vez me perdí un destino de gran pianista, pero me planté ante mis viejos y abandoné estos estudios, porque mis compañeritos del potrero del barrio, consideraban “cosa de nenas” eso de conservatorios.