Podríamos de regreso haber cazado en la zanja maloliente del matadero, alguna gaviota o algún cuervillo o caraú, pero ¿Quién iba a comprarnos estas piezas?
Resignados “metimos pata” para el centro, pero la naturaleza es generosa.
Lo más pancho un zorrino, salió a atajarnos el paso, en medio del camino.
Nunca se pudo determinar si sucumbió del tiro del aire comprimido, del golpe de la boleadora o del plomazo de la honda, o por efectos combinados.
¡En la Barraca de Barcellandi, la piel la pagan a $1,80! Y tres entradas a $0,60 son justo $1,80, por lo tanto como dijo Martín Fierro:
“dentró la indiada a cuerear
con un afán desmedido”
Pero era tan desmedido el afán, que cerca de la paleta le pegamos un lindo tajo al cuero.
-“Ahora nos van a descontar $0,20 y no nos va a alcanzar la plata, les dije que no se apuraran”.
-“Pero si no nos apuramos, va a estar cerrada la barraca cuando lleguemos”.
Cuarto de hora después, en el portón de la Barraca, justo cuando el encargado “El Petizo” Vicente Lopazzo estaba cerrando, a nuestra insistencia, tomó la piel y apurado por irse, la arrojó, sin revisarla, en una pila de similares, aún sin estaquear.
-no solo no nos descontó, sino que por no tener cambio nos pagó $2 y nos informó que faltaban pocos minutos para las 18 hs.
Salimos por esa avenida a paso redoblado, ya va a empezar la ronda, ¡y la de Tarzán la dan primero!
A la pasada por el garage del “Mondonguero”, dejamos el armamento, y nos aseamos precariamente en una canilla que había, instantes después sacábamos las entradas en la ventanilla.
Como ya había comenzado la función, el acomodador nos ubicó en las dos únicas butacas vacías que quedaban, en el centro de la sala.
Como éramos tres, dos nos acomodamos en una, y otro en la otra, poco cómodos.
Tarzán estaba afanado en liberar a unos leones, que cazadores malvados tenían encerrados, tan real la escena, que hasta nos parecía percibir el olor de las fieras, como se nota en las jaulas de los circos.
El elefante Tantor, ayudó a Tarzán a romper las trampas y librados los animales, cedió algo nuestra tensión, y mirando a un costado, vimos una butaca vacía, y otra, y otra más del otro lado.
-Bueno, ahora podemos acomodarnos bien, dijimos, y en eso nos alumbró la linterna del acomodador y Santiaguito García nos “invitó amablemente” a abandonar la sala con devolución de entradas, haciéndonos víctimas de “discriminación olfativa”.
Habíamos estado tan impregnados por los efluvios del zorrino, que ya insensibilizados no lo percibíamos, pero en torno nuestro, el público formaba un vacío concéntrico.
Hoy, arrepentido por la muerte del zorrino, quisiera expiar esta culpa ecológica, rindiendo homenaje al valiente animalito y otros integrantes de nuestra fauna.
¿Qué mejor que utilizar unos sonetos, del tiempo en que mi amigo “Luisito” (Domingo Berho) estaba en su transición de la poesía culta, a la folklórica?