Dos niños chaveros de 8000 años

Nota Aclaratoria (de lectura prescindible)

En pos de la coherencia, quiero hacer algunas aclaraciones, pues no es sencillo ambientar el relato y andar saltando de milenio en milenio, sin poseer conocimientos especializados.

Así, si les place compartir, vayan estos, mis burdos “saberes” que sirvieron de base a mi cuento:

Por comodidad, el vocabulario indígena lo compongo arbitrariamente con mi casi olvidado conocimiento directo y algunas lecturas precarias, sobre la lengua mapu -dungu (modalidad pampa) última que se usó en esta zona, pero respetando las raíces y estructura aglutinante y polisintética de las lenguas americanas.

De las anteriores, puelches, tehuelches, conozco muy pocos vocablos, por lo que las descarto.

De todos modos, creo que mis personajes usarían alguna derivación de la lengua madre de los cazadores proto-indígenas, de posible remoto origen paleo-siberiano. ¡Quién puede saberlo!

Ch’Avito y Ch’Avelita, los mistifico del castellano, insertando la raíz che (gente) y aprovecho su similitud casual con Chaves, Chaveros, y Chaverías.

Como ignoramos totalmente los nombres que daban a la fauna extinta, usamos los que les aplican los paleontólogos.

 

Sé que mis supuestos conocimientos son erróneos, empíricos y fantasiosos…

Tendría que desecharlos, como me hicieron entender, sutil y educadamente pero en forma apabullante, algunos profesores en los que busqué respuestas, allá por mi lejana adolescencia, lo que no disminuyó mi impertinente curiosidad.

Yo mismo me sorprendo. ¡Qué monomanía la mía!

Tengo 83, y tenía 13 años ¡Ya hace 70 años! cuando con mi fallecido condiscípulo, “El Quique” Montes, empezamos a fatigar arroyos, lagunas, y lomas de la zona, recolectando pretendidos “fósiles valiosos” (hoy sé que algunos sí que lo eran).

Leíamos cuanto libro conseguíamos y visitábamos cuanto museo podíamos. Conocíamos con antelación de años a su reconocimiento oficial, sitios comoLa Larga, Los Tres Reyes, y también otros que guarda nuestro suelo, que no lograron la atención de científicos.

Recorrimos los campos que habían estado vírgenes hasta una generación atrás y estaban literalmente sembrados de arqueolitos y restos óseos en la superficie, removidos por el arado, por las vizcachas, y en hoyos de postes y cunetas, amén de los pozos para resumideros, sótanos y cimientos, y zanjas para cañerías en el mismo pueblo.

¡Eramos dos verdaderos armadillos acorazados, inmunes a las puyas socarronas de nuestros convecinos!

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