La vieja semilla

Recién en 1885 se construye el ferrocarril de Tandil a Tres Arroyos, y luego a Bahía Blanca, y la estación de Adolfo Gonzales Chaves, que origina nuestra ciudad.

Del numeroso grupo de trabajadores que concretó su realización, ignoramos si estaban organizados gremialmente. De entre éstos, sé de dos por lo menos, que se radicaron en Chaves.

Por relato de sus hijos, José y Luis (compadre de mi padre) sabemos que así llegó el fundador de la familia Pusineri.

El otro, que aportaba la experiencia laboral de haber sido de los constructores alpinos del túnel de San Gotardo, era el abuelo del ex jefe comunal, ha poco fallecido, nuestro querido amigo don Verino Roberto Prandini, recopilador histórico de reconocido mérito.

Es notable su disertación cuando el Centenario de la llegada del Ferrocarril que expresara magistralmente, desde su banca del Consejo Deliberante Chavense (Acta Nº 824; 9-4-1986)

Elegimos transcribir este párrafo pues es paradigmático de la simbiosis que originó el inicio del inexistente hasta entonces, proletariado local.

Dijo Prandini:

“Según mi abuelo, la mayoría de los obreros eran italianos, españoles o turcos (sirio-libaneses). Los ingenieros y capataces, ingleses. Pala, pico, barreta y pala de buey, eran las herramientas que se usaban en los trabajos; vivían en gamelas, carpas de chapa; los ingenieros en casas de madera.

El aprovisionamiento era por el mismo ferrocarril a medida que adelantaba.

También trabajaban algunos criollos y muy pocos indios. Se encargaban de los caballos y bueyes que llevaban a las aguadas y traían al lugar de trabajo todas las mañanas.

Era una comunidad muy extraña, indios y criollos se recelaban entre sí, ambos recelaban de los gringos, y el conjunto recelaba de los ingleses.

Indios indolentes y haraganes, decía mi abuelo; no entendía mi abuelo que los indios venían de gozar la libertad plena; toda la pampa era de ellos y se la habían quitado. No se podían de ninguna manera convencer a las exigencias del trabajo regimentado por el capitalismo, al que el indio no estaba acostumbrado. Para él, el sustento había sido una diversión, ahora era un gran sacrificio.

Casi todo material era ingles, ingresaba sin pagar aduana, sólo los durmientes, los palos y varillas de alambrado eran de quebracho chaqueño de gran calidad, durmientes levantados después de 100 años se han vendido para palos en muy buen estado”.

Observa Chaverías que el quebracho provenía del monopolio ingles “La Forestal”, que arrasó el monte.

Sigue Prandini:

“La que estuvo ausente en la construcción de esta gran obra fue la mujer. Hombres curtidos por cientos de jornadas de trabajo, no tenían contacto y pasaban meses, sin siquiera ver una mujer.

Los alambrados, teléfonos, la construcción de viviendas, la llegada de la oveja Lincoln, multiplicaron la mano de obra que hasta entonces demandaba la ganadería y con la agricultura, torrentes de granos fueron cargados en las espaldas de los rudos hombres de la bolsa, los estibadores; y esos granos sirvieron para saciar el hambre del mundo.” 

Chaverías constata que en estas tres febriles décadas se forjó la base material: ¡Que hazaña de productividad de la clase obrera y los campesinos!

Pero no fue esto todo. En tan contado tiempo histórico, partiendo del heterogéneo y mutuamente desconfiado plantel inicial, que describiera el abuelo ferroviario chavero, se desarrolló un proletariado que aún con dificultades idiomáticas y culturales, formó un grupo consecuente y solidario; y ya tempranamente elaboró una ideología propia independiente, incorporó a la mujer (la compañera), dio el paso cualitativo de “clase en sí” a “clase para sí”, y tuvo la certeza de su lugar en la sociedad, y un proyecto de futuro coherente, progresivo, altruista y superador y un concepto universalista e integrador de la especie humana, a pesar de la tremenda opresión, injusticia y explotación que resistió.

Como se hace larga la exposición, cerraremos sin perjuicio de continuar en otros números con otros aportes a la historia obrera local.

 

Un comentario en “La vieja semilla

  1. Estimado Osvaldo:
    seguramente usted no me conoce, pero desde hace mucho años soy admirador suyo. Recuerdo que siendo alumno de la Escuela N° 9, usted nos brindó una charla, sumamente interesante, sobre las comunidades que preexistían a la conformación del poblado de Adolfo Gonzales Chaves y posteriormente del partido homónimo. Yo seguí mis estudios como docente en historia, y realmente me han fascinado todos los relatos y artículos que ha publicado en este blog. Y debo reconocerle además, que a partir de la lectura de Ch’Averias comencé a tener un profundo interés por el componente criollo que habitaba el sudeste bonaerense, grupo étnico que como usted refirió en el artículo dedicado a las andanzas de Don Eusebio Freidiaz, fue injustamente olvidado y excluido de toda obra conmemorativa que alude a la historia de los partidos bonaerenses.
    Espero así, que algún día, cuando regrese a Chaves, y si me lo permite, pueda entablar una conversación con usted para proseguir aprendiendo de sus admirables saberes sobre la historia local.

    Un saludo afectuoso,
    Pedro Berardi

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