Una Sociología Matrera

C)    Aporte del “paisano gaucho” al carácter del obrero argentino:

Creo que el más valioso fue no admitir la inferioridad moral, por razones de pobreza o subordinación económica, y la desinteresada hospitalidad y el brindarse sin retaceos en ayuda al pasajero desconocido o necesitado, pues es de su generosidad que deviene el proverbial “Hacer una gauchada” que compensa otras actitudes tal vez negativas.

En lo laboral, salvo que ganado por un trato considerado y respetuoso, que preferenciaba a la cuantía de la remuneración, lograra “aquerenciarlo”, no le causaba temor la cesantía ni el abandono voluntario del “conchabo”.

A sus descendientes directos los he oído razonar: “si al fin yo no nací en esta estancia ni me han de enterrar en ella”.

Captó muy bien el poeta aquello de:

“Ya me voy, ni sé pa´donde
Pa´mi todo rumbo es bueno
Los campos por ser ajenos
Los cruzo de un galopito”.

Registré de sus descendientes, ya desmontados y reducidos a “crotos” o trabajadores golondrina: “yo jodo poco, si no me gusta algo, tiro una alpargata al aire, y pal laú que apunta, me la calzo y salgo al ruido de los teros con el mono al hombro”.

Y en ocasión de que un mayordomo “alcagüete” se quejaba amargamente porque lo cesantearon: “aprendé, gallego, el que se casa con los patrones, enviuda cerquita”.

También la actitud de valor personal, que no excluía las vías de hecho, si debía enfrentar la agresión o el agravio de patrón o encargado, lo que su hombría no toleraba; y aún en defensa de algún compañero más débil (conducta no habitual en trabajadores de otros orígenes).

Este paisanaje surero se formó paulatinamente y de diversos aportes. No pocos enfiteutas, desalojados por latifundistas, empujados a ser matreros, “gauchos malos”, “alzados” o “cuatreros”.

Desertores de la frontera, entre la guardia provincial predominaban los “gauchos de las loberías” y entre la tropa de línea, cordobeses y santiagueños.

Había “guasos” chilenos que vinieron con los hermanos Carrera, con los Pincheiras, o con el Cacique Venancio.

El contingente de entrerrianos que el gobernador Mansilla “le vendió” a Buenos Aires los comandaba el Capitán Medina (Anacleto). En el arroyo del Pescado Castigado hasta hace unos años estaba “El Paso de Medina”.

Se fueron sumando exiliados uruguayos de las montoneras orientales, y hasta gaúchos riograndeses que trajo un barón brasilero, socio capitalista de Luro, para poblar sus campos; marinos desertores de contrabandistas o corsarios; la gente tandilera del Tata-Dios y otros… ¡Toda gente bravía y eximia en tareas de ganadería y saladeros! Que paulatinamente se fue integrando.

Otro aporte fue el lenguaje “apaisanado”, el “doble sentido”, humorada ingeniosa que en las Asambleas exasperaba a los compañeros anarco sindicalistas extranjeros, en especial a los solemnes españoles.

Quien esto escribe, tal vez contagiado por larga convivencia, no puede privarse de transmitir un par de anécdotas:

-Decía, presidiendo una Asamblea, Jimeno, un adusto español:

“Compañeros, no habéis completado la lista, debeis designar otro vocal. Proponed al más apto para el cargo”.

Pidió la palabra El “Pulgón” Arce: “¡Para buen “bocal” quien mejor que el compañero Juarez” dijo, señalándose la boca, en alusión al tamaño de la del “Jetón” Juarez, provocando la risa de la Asamblea, la bronca del propuesto, y causando que don Jimeno rompiera el timbre manual que se usaba antes, en sus frenéticos llamados al orden.

¡No hubo caso! La Asamblea aprobó por aclamación al “Jetón”, que al final aceptó el cargo, y por amor propio demostró el mejor desempeño, aunque perdió el apodo de “Jetón” pasando a ser por siempre “El Vocal Juarez” ¡Vitalicio! Tuviera mandato o no.

 -Una vez llegó un larguísimo “corte de vagones” para cargar un “especial de cereales”. La tarea de los estibadores era agobiante.

Estaba el “Potrillo Simón”, un ruso; el más conocedor de los artículos del Convenio, que con sus números, haciendo alarde, siempre citaba de memoria.

Como en los sindicatos anarcos no había cargos rentados, para cualquier tarea sindical, por ejemplo, atender la correspondencia, los compañeros recargaban el trabajo y enviaban a uno o más a atender el sindicato; pero debían volver lo más pronto a sumarse a la cuadrilla.

Esa semana recargada y calurosa, Simón pedía permiso para ir a redactar unos agregados al pliego de condiciones y retornaba del fresquito del salón ya cuando faltaba poco para terminar la jornada.

Al tercer día, los compañeros, por unanimidad, designan a Solidario Martos, “El Piojo Matrero”, a ir a emplazar a Simón que vuelva al trabajo.

Llega sudoroso al sindicato, encontrando al Ruso en camiseta tomando una cerveza sentado a la mesa de la Comisión; y lo conminó a volver a la tarea.

-“Espere, compañero, que estoy estudiando la Providencia 187 barra 57”.

-“¡Ya me querés meter la barra. Dejate de barretear, ponete la blusa y volvé a la estación que faltan seis vagones dobles para cargar!

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