Haciendo camino al andar se llegó al Bicentenario

Invitó a venir a Chaves ante el auge de la construcción, a sus hermanos porteños, que trabajaron en la construcción de Obras Sanitarias, Aguas Corrientes y adoquinado.

De ellos, Julio, introdujo desde Córdoba los primeros casales de palomas mensajeras. Con ellas fundó con Pablo y Armando Gáspari, la primitiva Sociedad Colombófila y los primeros palomares que tuvo Chaves.

Cuando se terminaron las grandes obras por el parate del año 30, don Bennato y toda su familia se volvieron a Buenos Aires.

La abuela y las tías sintieron muchísimo a las amistades de que gozaban en Chaves. Por muchos años venían a ésta de visita en el tren de Pasajeros.

Sólo permaneció la familia de mi padre, casado aquí con la hija de otro de los constructores primeros, mi abuelo español Gilberto González del Campo.

Para el año 1937 o 38, vino a Chaves desde la ciudad de Salta, Carlos Furlani con su familia. Era hermano de Bennato. Vino como jefe de Obras Sanitarias de la Nación. Tenía las oficinas y su domicilio particular en la calle General Paz donde después estuvo la heladería de Pussineri.

A poco de llegar se paseó una tarde a pie con su esposa por la tradicional vuelta de la plaza, y como hacía mucho frío, llevaba su poncho salteño a las espaldas. Al otro día fueron los comentarios en los mentideros políticos, principalmente radicales: “el nuevo jefe de Obras Sanitarias debe ser un “conservador podrido” porque anda de poncho colorado”. ¡Lo que era el prejuicio pueblerino! Le retacearon al principio el acogimiento hasta que comprobaron que el hábito no hace al monje.

El abuelo cuando se fue de Chaves siguió su vida de constructor errante por todo el Noroeste.

Hizo puentes y diques por las sierras de Córdoba, por los llanos de La Rioja, por Catamarca, por el entonces “territorio nacional de los Andes”. En la Puna trabajó en el “Ferrocarril de las Nubes”, en el proyecto Huatiquina, etc.


El abuelo acompañando a su personal indígena en la celebración religiosa del “Misachico”.
Salta, 18 de mayo de 1937.

Con su hija Aída y su yerno, ambos artistas, los tres trabajaron en la decoración del azulejado del subterráneo de la Capital.

Cuando yo fui un andariego, en los remotos lugares de la patria encontré algunas de sus construcciones, y mi mejor herencia, sólo de esto me enorgullezco, es que en lugares distanciados por cientos de kilómetros, al oír mi apellido algunos viejos peones me relataron que nunca tuvieron un patrón tan generoso como cuando trabajaron con él, “pero era bravo el gringo si lo querían sobrar”.

Anduvo haciendo puentes por Amadores, en Catamarca, y en Vinchina, y por los pueblitos de los llanos de La Rioja conoció a un gaucho centenario en la ranchada donde se alojaba durante la obra; se dio el enlace biológico de la Argentina vieja y la nueva.

 

El viejo montonero de Guayama, del Chacho, de Felipe Varela, y el gringo “Inyenieri” al que no le asustaban las vinchucas. Bajo el mismo techo se contaban sus historias.

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