El pensamiento humanista en los letrados confucianos

El pensamiento humanista en los letrados confucianos

El eje del humanismo confuciano es la vida humana, en su espiritualidad por una parte, en el amor a los seres por otra. Aceptando las leyes de la vida, el humanista confuciano trata de perfeccionarse a sí mismo y de perfeccionar a los demás, para llegar a la unión perfecta por el conocimiento benefactor. Considerando al hombre en sus relaciones con sus semejantes, con el Cielo, con los seres, partiendo de lo económico, lo político, lo social, la moral, la virtud, las artes, las letras y la filosofía, trata de alcanzar los diversos grados del conocimiento natural; nada hay que ese pensamiento no pueda englobar en su seno. La estructura general del pensamiento humanista confuciano tiene un objetivo tradicional: examinar con benevolencia las aspiraciones del pueblo, de acuerdo con el principio creador de que el Cielo todo lo cubre, de que la Tierra todo lo contiene, y que todo proviene de su clima generosamente protector.

Los hombres primitivos vivieron en la simplicidad natural del Cielo y de la Tierra; y su vida cotidiana estaba sometida por doquiera a la influencia del movimiento de los astros y del clima, en contacto directo con los animales y los vegetales. Por eso sus miradas se volvían esperanzadas y deseosas hacia el Cielo, rogándole que se dignara considerar los sentimientos de los seres. Los hombres de las generaciones siguientes continuaron esta tradición profundamente arraigada en las costumbres. Los hombres primitivos creían que, gracias al pensamiento humano, el hombre podía descubrir el pensamiento del Cielo, y que, gracias a los sentimientos humanos, podía descubrir los sentimientos de los seres, haciendo así que el Cielo (espíritu) y los seres contribuyeran al mejoramiento de los hombres. De ahí la tradición según la cual esta gran preocupación por las cuestiones humanas constituye el fondo de la naturaleza humana. De ahí también ese amor supremo por el Cielo y la Tierra (creadores) y ese afectuoso interés por los seres (criaturas).

En esta forma, iluminada la vía humana por la vía celeste, y partiendo de las naturales (los seres se crían juntos y no se hacen daño unos a otros), se llegó poco a poco a la sociedad humana (en la que todos se conforman a la razón, sin recriminaciones) y de esa manera, queriendo alcanzar la esencia de la vida eterna, se llegó a comprender el sentido de la humanidad. La virtud de los hombres deriva de la virtud del Cielo que crece naturalmente (la virtud envuelve al globo terrestre, la gracia toca a los animales y a los vegetales) para formar la sustancia sublime. La mayor virtud del Cielo y de la Tierra es la de dar vida. Se sigue de ahí que el principio de las relaciones entre los esposos se encuentra en el de las relaciones entre el Cielo y la Tierra.

El I-king (o Libro de las Mutaciones) parte de la interpretación general y uniforme del pensamiento celeste y del pensamiento humano, para escrutar los cambios que se operan en el Cielo, en la Tierra, y en los principios Yin y Yang.

El Li-Ki (o Memorial de los Ritos) estudia el orden a fin de adaptarlo a las concepciones humanas.

El Yo-King (o Tratado de la Música) estudia la armonía natural para someter a ella las siete pasiones humanas.

El Sheu-King (o Libro de las Poesías) une las vibraciones de los seres, a fin de expresar sus pasiones, palabras y voluntades.

El Shu-King (o Anales de la China) es la guía de aquellos que desean recibir el mandato del Cielo a fin de gobernar según las reglas.

El Cheb-siu (o Anales del Principado de Lu) es el libro de estudio de la historia y las memorias, del derecho y de la imparcialidad en la crítica.

Los contemporáneos llaman a estos libros los seis clásicos. Gracias a estos seis clásicos, auxiliares poderosos del espíritu, la cultura ha podido influir en la humanidad. Los yu los emplearon como instrumentos de enseñanza, y gracias a ellos pudieron transmitir a la posteridad todos los elementos de la civilización.

Los maestros de las cien diferentes escuelas filosóficas existentes poseen cada uno un principio que constituye el símbolo de su teoría particular. Si Shang-Tsé ha dicho: El misterio del Tao está en los seres, Chang-Yang-Yuan ha dicho:(los filósofos) formulan un (argumento) que determina (otro) que poco se diferencia del primero y tiende a armonizarse con él. Dichos maestros orientan su pensamiento hacia un objetivo y, empeñándose, terminan por imponerlo. Pero, por la vía de la razón, actuando serena e imparcialmente, no lograrían ese resultado. La actividad de esos maestros acaba por convertirse en un ejercicio giratorio, y su método de enseñanza ha sembrado la división en el mundo.

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