El pensamiento humanista en los letrados confucianos

El sublime conocimiento de la vida que muestra el Chong-Yong puede ser considerado también como un excelente fermento intelectual. Siguiendo sus principios puede lograrse, entre otras cosas, que, gracias a la moderación en los coloquios privados y en los discursos públicos, no se agravie ningún sentimiento íntimo. Establecida sobre los principios del Chong-Yong, la constitución de ningún país será imperialista; el gobierno no será dictatorial; y como la producción quedará equiparada, tampoco será capitalista.

El pensamiento de los yu, nacido en un período de decadencia, mostraba una parcialidad conciliadora asaz fluctuante. Así, en lo que se refiere al gobierno, los yu asumían funciones, se retiraban, manteniendo una actitud conciliadora o reticente de acuerdo con las circunstancias. Si bien no llegaban al punto de decir: Obro según mí interés, no tenían el espíritu desinteresado de Wen-wang.

Otras fórmulas tales como: El sabio trata de reducirlo todo a sí mismo, El sabio permanece en paz, esperando las órdenes, para llegar a: Cuando el país es gobernado de acuerdo con la razón, el sabio se muestra; si es gobernado alocadamente, el sabio se oculta”, indujeron fácilmente a los yu a una actitud pasiva en un sereno retiro; no les preocupaba desinteresarse del bien general y se consagraban a sus intereses particulares.

Los hubo también que hallaron razones para depositar su confianza en la educación. Esclarecer la razón para nutrir la virtud. Este aspecto de la cuestión excluía la búsqueda de todo progreso. Así, durante miles de años, la enseñanza y la cultura chinas se basaron siempre en la exaltación de la luz interior, y por eso, antes y después de los S´iu (255-202), los yu prefirieron siempre lo interior a lo exterior, el sentido moral a los negocios del mundo, la teoría a la práctica. Llamados a participar en un gobierno para la paz del mundo y la felicidad del pueblo, se negaron a ello por considerar que esa función había sido profanada.

El exceso de debilidad derivado de la bondad, condujo a eliminar esa bondad de los actos de las gentes razonables, y los gobiernos terminaban por extraviarse.

Ocurre que cuanto más corrompido está el gobierno, más se alejan de él los letrados, y cuanto más se alejan de él los letrados, más se agrava la corrupción. La reputación del gobierno corrompido repercute en la de lo letrados, lo cual no contribuye a mejorar la situación del país; pero es muy raro que la buena reputación de los letrados mejore la del gobierno. Todo esto constituye un factor de perturbación y de destrucción del orden en el mundo. (La mayoría de los hombres no siguen el camino de la autoridad en el terreno de los estudios personales, pero raros son aquellos capaces de seguir verdaderamente el camino de la razón).

Como los letrados de la época contemporánea no tienen ningún poder, no pueden sino permanecer en la sombra, meditando, como lo prueban sus cabellos blancos y sus cuerpos descarnados. La mayoría de ellos son así y no pueden cambiar radicalmente. Por eso los hombres del siglo los consideran absolutamente separados de la sociedad activa, y piensan que el estudio y la política son dos caminos por completo diferentes.

No se facilitará la transición entre las generaciones precedentes y la época actual escribiendo libros de poesía y reuniendo a los discípulos para enseñarles a conservar el pasado mientras llega el porvenir.

Cuando, como ocurre hoy en día, impera una tiranía todopoderosa, ya no es permitido explicarse libremente sobre cuestiones de enseñanza, y si se sigue el precepto educativo: Amar la razón incluso hasta la muerte, dentro de poco tiempo el trabajo intelectual carecerá de objeto. A los corazones desorientados no les queda más que comunicarse sus sentimientos en un mundo desorientado, y contemplar serenamente la pantomima de los demonios engañadores, por cuanto la razón de vida ha desaparecido. Esos corazones trasmitirán la débil esperanza, extraída de los extraordinarios soberanos antiguos, de salvar el mundo mediante la práctica de la virtud. Pero, finalmente, llegará un momento en que no se soportará más la autoridad actual. Así lo ha fijado el destino. Puede presumirse que el primer deseo será el de salvar al mundo engrandeciendo al pueblo, cosa que la sapiencia antigua y moderna no puede lograr por la sola compasión. Para cumplir el adagio antiguo y moderno, moral y físico, que quiere que en nada se perjudique al pueblo viviente, hay todavía grandes obstáculos frente a los cuales conviene llorar amargamente.

Desde que Confucio y Mencio se dejaron seducir por los emperadores, todo ha terminado en la inevitable condescendencia de la razón inteligente, y de generación en generación se ha trasmitido la esperanza de que los sabios que vinieran más adelante descubrirían la manera de tratar los asuntos corrientes. Y en esa forma pasaron dos mil quinientos años.

Si de generación en generación, lo raros santos y los raros sabios confucianos con sus corazones desorientados escriben libros y discursos, y trasmiten la esperanza a las generaciones siguientes, aquellos que vengan después de nosotros considerarán nuestro presente como nosotros consideramos el pasado.

Es de temer que los padecimientos que la especie humana no tardará en sufrir serán como una inmensa y mortal inundación, el día eterno sin refugio celeste; y por varias generaciones el pueblo innumerable será tratado como se trata a los bueyes y a los caballos, y reducido a la esclavitud. La única ganancia de cada generación serán algunas lágrimas por el Cielo y algunos gemidos por los hombres, que derramarán y proferirán los sabios; eso será todo.

Según la fórmula cultural de los yu, Basta con cultivarse a sí mismo sin ocuparse de lo que es exterior; no hay duda de que es posible vivir solo entre los bárbaros, adaptarse a las circunstancias de tiempo y lugar y, rebajándose, ser perfectamente feliz.

Sin embargo, los yu consideran el mundo como una sola familia, y los diez mil pueblos como un solo cuerpo; por eso, en el día de la extrema tiranía ejercida sobre el pueblo viviente, si los letrados no han visto agotarse sus cualidades mentales, y si les queda sentimiento y voluntad, no les será posible contemplar los sufrimientos de la multitud y seguir siendo perfectamente felices. Si en verdad son capaces de contemplar fríamente el mundo, e ignorar a lo seres para conservar con ligereza su beatitud, se podrá decir de ellos que han llegado a considerar a los hombres como muñecos de paja.

No son éstos, ciertamente, los sentimientos de Confucio ni de Mencio sobre la virtud del hombre, ni los de aquellos yu que estudiaron al comienzo la manera de alcanzar la paz total del espíritu.

El cuerpo se renueva por completo, y Sólo lo que cambia progresa. Los yu de hoy y mañana deberán responder a esta pregunta: ¿Cómo se puede probar la firmeza de espíritu que entraña la máxima: Cuando se es bueno no se cede? Y responderán: Por el espíritu de empresa, que dice: Habla sentado, pero levántate para obrar.

Mirando hacia sí mismo y hacia el exterior, el sabio podrá ayudar a los hombres, podrá colaborar en el gobierno, difundir la cultura de la humanidad, fomentar el desarrollo de la enseñanza internacional, para que el hombre pueda desplegar sus grandes aptitudes.

Es preciso conseguir que los gobiernos y las asociaciones de intelectuales se ayuden entre sí, vuelvan a tomar en sus manos los proyectos abandonados por los gobiernos antiguos, y preparen una sociedad nueva para el futuro. Entonces será necesario apoyarse en las grandes escuelas de los yu y en los gobiernos del tiempo de los santos, en la competencia de los santos, a fin de guiar a los que habrán de esclarecer a los hombres.

A manera de conclusión podemos decir: En verdad no debe limitarse excesivamente la libertad de acción. Es la máxima de los buenos maestros antiguos y modernos. Los que son livianos corren rápidamente. Reposad, con las manos sobre el pecho.

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