7) Cómo los yu dan importancia a la práctica.
“Las palabras no producen nada. Inclinarse tímidamente no conduce a nada”. Por eso las palabras deben ser escasas y breves, dichas con la calma con que se camina dentro del agua. No se debe imitar a los jefes de las cien escuelas, cuya facundia es un procedimiento para desarrollar los debates del galope.
Del mismo modo, aquellos que quieran explicarse el verdadero espíritu de los yu deberán necesariamente ejercitarse en la práctica sin preocuparse del resto, así como el bebedor de agua goza tan sólo de su frescura. Aquello que figura en los libros y en los memorandums no resuelve las cuestiones, y sigue siempre en discusión.
El pensamiento de los yu es sumamente útil para aquellos que se ocupan del gobierno (útil también para los hombres de la democracia actual que no han despreciado sus enseñanzas).
Los yu se expresan con bondad sobre las personas de poca monta, y son severos con los jefes de cualquier categoría de la sociedad antigua.
8) Bienes que hemos recibido de la cultura y de la historia.
Los yu consideran que, del legado de las generaciones precedentes, lo más necesario para nosotros y nuestros descendientes es la enseñanza y la cultura. Pero es preciso que nosotros trasmitamos a nuestros sucesores lo que hemos recibido, aumentado por nuestros propios conocimientos. Aquello que no es necesario quedará eliminado por sí mismo.
Los antiguos consideraban ciertas cosas como necesarias, de acuerdo con su época y su medio, y extraían de ellas maneras de pensar y métodos pedagógicos de donde derivaban sus leyes sociales; pero, inevitablemente, llegaban momentos y circunstancias en que esas leyes se tornaban inaplicables. No es posible aplicar íntegramente los conocimientos y la pedagogía de los antiguos a las necesidades de nuestra época y las que habrán de seguir. Pero aunque esos procedimientos pedagógicos o esos conocimientos no se apliquen ya a las necesidades de nuestra época, no debemos despreciar aquello que constituyó la vida de los antiguos, y condenar desconsideradamente todo lo que correspondía a su dignidad y a su valor.
Dadas las altas cualidades de los antiguos, siempre tendremos algo que aprender de ellos. Si llegara el caso – lo que es imposible – de tener que corregir vicios, no habría que amargarse ni perder las fuerzas acusándolos sin tregua. Cuando I-shen escuchaba a alguien que criticaba las faltas de los antiguos, decía: “Entonces quiere decir que tú has recibido todas sus buenas cualidades”– Y esta frase prueba su perfecto discernimiento.
¡Ay! Después de las ciencias occidentales y las infiltraciones de otros pueblos orientales, los chinos pueden examinar en secreto, en lo más hondo de sus corazones, lo que queda de la cultura china y del pensamiento confuciano: y es bien poca cosa.
De los clásicos no queda más que ruinas. Es de temer que de ahora en adelante no se conserven los viejos libros chinos que lo merecen. Dentro de pocas décadas, se considerará que el pensamiento procede en su mayor parte del pensamiento occidental. Se sabe con certeza que para la nueva generación los aportes de la cultura china y el pensamiento confuciano, son considerados como procedentes de ultramar. Dicho de otra manera, la influencia del pensamiento confuciano en la cultura de la nueva generación es sumamente escasa. Para que la cultura china se incorpore a la civilización occidental, es preciso escoger lo más elevado; y para alcanzar lo que nuestra época necesita, conviene difundir su pura esencia y rechazar lo accesorio.
En estos diez últimos años los chinos han conseguido grandes resultados por lo que se refiere a la destrucción de su civilización. Dadas esas circunstancias, conviene establecer un plan de trabajo adecuado, y entonces el pensamiento confuciano enriquecerá al intelectual, dándole no sólo un sentimiento de unión y comprensión que es esencial para él, sino apartándolo de todo aquello que podría menoscabar la civilización universal.