Ch’averias

Año 191…

Cierta madrugada, partían de “las afueras del Azul”, algunos jinetes con tropillas y cargueros, hacia “El Chillar” donde se les incorporó un carruaje liviano, tirado por yeguas cuyo conductor, de edad madura, era el dirigente tácito del grupo.

Lo acompañaba su sobrino-nieto, procedente de Río Negro, que iría a caballo con ellos, cortando por campos del partido de Juárez, rumbeaban certeramente hacia un establecimiento rural, en el nuevo partido de Gonzales Chaves.

Adormilado por el traqueteo del carro, cavilaba el conductor: ¡Cuantas veces había dirigido grupos similares, por esas llanuras ancestrales!

Claro, que entonces él no era “el capataz Don Porfirio”, como lo nombraban estos muchachos, sino como seguían haciéndolo en la intimidad los pocos viejos compañeros que le quedaban: “Inalonco”(capitanejo) Catrimay.

Entonces él galopaba en el oscuro tapado, como todavía podían hacerlo ellos y …
Apartó al instante la visión que surgió en su mente. Aquel último entrevero, cuando el chumbo del “huinca milicu” destrozó su rodilla… Respiró fuerte y desechó el recuerdo ¡Fueron otros tiempos!

Por suerte que aún era respetado y útil para su gente.
Con estos mozos (la cría de “Los hermanos que se fueron”), y los pocos viejos sobrevivientes, se ganaban la vida duramente.

Arreos de hacienda, comparsas de esquila, cuadrillas de trilladora, como a la que iban a trabajar a Chaves ahora.

Bien pensado, tanto no habían cambiado las cosas. Aún seguían galopando en grupo, durmiendo al aire libre sobre el apero, y él, como siempre, ladino y lenguaraz, defendiendo los intereses de todos, negociando con los patrones, con la diplomacia de los “antiguos”, aprendida de Don Juan Guor (el zorro).
Llegaron “los pampas azuleros”, dirían los “huincas chaveros”.

A él le tocaría concertar con el contratista de la trilladora y el encargado de la estancia, buscando las ventajas para los suyos. Tareas en lo posible de a caballo, o conductores para los rastrines, los carros pajeros y aguateros, apilar bolsas en “pilotes trilladora”, ajustar el alquiler de la caballada que le facilitaban al contratista.

Él oficiaría de cocinero y capataz de su gente, cuidando que sus mozos no hicieran alguna “macana” al juntarse con tanto criollo pícaro, tanto turco y gringo de toda clase.

¡No fueran a quedar mal! Tanto les había costado acreditarse, vencer el recelo prejuicioso que se les tenía. Y ésta era la primera vez que venían a esta estancia.

A poco de estar trabajando se perdieron algunos medios días por unas lloviznas intermitentes.

Durante este ocio forzoso, trabaron relación con los peones criollos, con los que salieron a peludiar y correr avestruces, al potrero grande del pajonal, y estuvieron chupando y jugando al truco en el campamento.

Por ellos se enteró don Porfirio que en marzo habría elecciones, que el dueño de la estancia, apasionado radical, era candidato a concejal.

Charlando con ellos se impuso de todos los pormenores de la política chavera.

La última tarde de llovizna se ausentó don Porfirio al pueblo, en su jardinera, según dijo, a comprar tabaco y una muda de ropa en la tienda.

Desde la mañana siguiente, en que volvió del pueblo bien temprano, no dejó de ostentar sobre sus grenchas renegridas, una flamante boina blanca.

El patrón tuvo una grata impresión cuando advirtió esto.

De ahí en más, entraron ambos en pláticas políticas, “descubriendo” mutuas coincidencias.

Abreviando el relato, diremos que de estos “parlamentos”, don Porfirio obtuvo unos días de licencia paga para toda la comparsa, que en cuatro o cinco tandas, para no interrumpir la cosecha, irían al Azul, a buscar las libretas, para hacer el cambio de domicilio antes del comicio.

Por indicación de él, que se decía ferviente radical, todos votarían al Partido, menos su sobrino, que tenía el documento en Río Negro, y junto a él cuidaría la caballada, que quedaría en el establecimiento, en garantía del regreso de los otros ya que para mayor celeridad viajarían por tren desde Chaves, combinando vía Tandil.

Naturalmente pasajes y hotel por cuenta de la estancia.

Como la cosecha terminaría en el establecimiento a mediados de febrero, la gente permanecería hasta las votaciones, que eran en marzo, percibiendo el jornal que tenían arreglado y entonces recién liquidarían el total, para tener seguridad que no habría deserciones; eso sí, algo se les anticiparía a los que precisaran.

Toda la maniobra estaría finalizada a tiempo para que asistieran a la visita que haría a la estancia el caudillo radical (por comodidad lo llamaremos “Don Domingo”). Le presentarían a don Porfirio, y éste le entregaría las libretas para que se las llevara a gestionar un pronto cambio de domicilio valiéndose de su correligionario el jefe del Registro Civil.

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