Ch’averias

En ese tiempo el resultado del escrutinio tardaba casi un mes, pues se enviaban las urnas por tren a La Plata, así que los candidatos solían anticiparse a festejar el triunfo, que ambos rivales se adjudicaban

Casi dos horas después del cierre de las urnas, por la calle que de lo de Don Fernando conducía al pueblo, Don Porfirio, con la gorra colorada venía trotando en su carruaje.

El perspicaz personaje, con los últimos destellos del sol, noto que en dirección contraria se le acercaba el automóvil del caudillo radical. Detuvo el carruaje, se encasquetó la boina blanca y se bajó al medio de la calle, moviendo los brazos exageradamente.

Cuando se le apareó “Don Domingo”, le contó atropelladamente con voz entrecortada por la indignación, que al salir de la quinta esa mañana a llevar las libretas al comité, lo asaltaron dos desconocidos con armas de fuego, lo ataron, le quitaron las libretas y 40$ que tenía. Uno subió al carro y lo llevaron con la cabeza tapada con un poncho grueso a un lugar donde estuvo hasta hacía muy poco, cuando lo volvieron a traer, lo desataron y le destaparon la cara, le devolvieron las libretas, pero no el dinero que le sacaron.

Después, lo abandonaron en su carro y se alejaron montados en sus caballos, y antes de irse tiraron varios tiros de revolver al aire, asustándole las yeguas.

Estaba muy indignado, no tanto porque se le quedaron con los $40, sino porque no habían podido votar por la U.C.R.

No sabía dónde lo habían tenido secuestrado, que iba a volver con su gente y les iba a resultar fácil seguir las huellas de la Villalonga cuando fuera de día, y si Don Domingo les daba armas de fuego, iban a castigar a los fraudulentos.

Don Domingo lo tranquilizó, le dijo que no valía la pena, que le agradecía todas las molestias, que volviera con su gente al Azul, que él iba a presentar una denuncia a la Justicia Electoral, que probablemente conseguiría anular los comicios.

Don Porfirio dijo que en caso de que se volviera a votar vendrían todos a apoyarlo sin pedir nada a cambio, que le avisara a Chillar.

Le volvió a agradecer Don Domingo, y le ofreció $20 que dijo que era todo el efectivo que tenía encima, para indemnizarlo “por ahora” de los 40 que le habían robado. Pero de ninguna manera quiso aceptarlos, diciendo que con gusto contribuía él con esa suma para el Partido.

Y que ya se iba para tranquilizar a su gente y preparar todo para partir al día siguiente; que le diera saludos a su patrón y le reservara el trabajo para la cosecha siguiente.

Cuando al fin Don Porfirio azuzó las yeguas y se perdió de vista, Don Domingo suspiró aliviado, y volvió al pueblo sin llegar a la estancia de su hermano, pensando que el viejo decía la verdad, porque no quiso aceptarle los 20$ con que lo tanteó.

– Esta es una jugada de Fernando, no cabe duda – pensó.

Don Fernando se quedó esperando que Don Domingo le reprochara la maniobra, para poder reprocharle a su vez los cambios de domicilio, pero al fin nada se comentaron entre ellos, pues ambos sabían que el resultado que vendría de La Plata sería el consabido: los radicales habrían ganado los concejales y el intendente local, pero los conservadores el gobernador y los diputados provinciales. Así ambos hermanos conservaban su poder.

En la quinta de la laguna se preparaba la partida del grupo sin mucha prisa. Saboreando un costillar de potro con sus íntimos camaradas, Don Porfirio les relataba sus peripecias, despertando sus pullas y risas.

Uno de los pampas viejos le dijo con cómica solemnidad fingida: “Hermano, desde ahora no serás mas Inalonco Catrimay, te llamaremos EPULONCO (el Dos Cabezas, ser de la mitología indígena) porque vas a precisar dos cabezas: una cabeza para ponerte colú-gorra (gorra colorada), otra cabeza para liu-gorra (gorra blanca)”.

Partía la caravana para sus pagos, y a la media legua, los alcanzó el auto de “Don Fernando”, manejado por el chofer.

El “Nuevo Epulonco” dejó la jardinera encomendada al más viejo, y se despidió de todos, quedando convenidos para reunirse en Chillar dentro de unos meses, cuando regresaría Don Porfirio para salir todos juntos a la esquila grande.

Se alejó en el coche, donde venían su sobrino, la gringuita y Doña Rosa.

El conductor los dejó en Tres Arroyos en una fonda frente a la estación.

Anduvieron de muchas compras; valijas, calzado, ropas y hasta se le realizó a Doña Rosa su más soñado deseo: Don Porfirio le compró un fonógrafo con varios discos.

Visitaron la peluquería y salieron rejuvenecidos.

Dos días después tomaban el tren a Bahía Blanca y Río Negro, donde se instalaría la joven pareja y pasarían un tiempo con ellos los maduros.

Repatingado en el mullido asiento del vagón de Primera Clase, empilchado a lo “ganadero rico”, con Doña Rosa no menos emperifollada a su lado, y la parejita de enamorados arrullándose en otro asiento cercano, pensaba Don Porfirio: ¡Sí que cambian los tiempos! Ahora las cautivas se roban en “El Pata de Fierro”.

Cuando el comisario soltó al “Ruso”, y éste se percató de la fuga de su familia, fue a hacerle la denuncia al Juez de Paz.

Éste lo tuvo los primeros días llevándolo en su auto en fingidas pesquisas, y búsquedas, durante las que poco a poco fue haciendo resignar al colono. Más cuando le habló de instalarlo en otro campo de su propiedad en el partido vecino, cerca de la colonia de su origen, donde podría encontrar una compañera entre su gente con la que se entenderían mejor.

Lo habilitaría como encargado a porcentaje sobre muchas más hectáreas que la chacra de Chaves, también se podía llevar su majada. Don Fernando, que no daba puntada sin nudo pensó que así se libraba de la sarna y le quedaba la estancia sin chacareros, pues pensaba dedicar ese establecimiento solo a la ganadería.

Así terminaron todos con felicidad y por esta vez, Gnechén (dios de los pampas) no vio perturbada su obra por el malicioso “Gualichu”.

Osvaldo Furlani

Noviembre 2002

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