Archivos secretos

De mi archivo secreto:

Así como el gobierno estadounidense, cada 20 años decodifica y da a conocer sus “documentos reservados”, también voy a publicar los míos en “Chaverías”, porque pasó mucho tiempo, y total no comprometen a nadie. Y además, se me están apolillando.

Literatura de cordel, payadores, cantores de almacén, poesía de ciego vendida en los trenes, correspondencia, a veces en verso, de una generación de trabajadores del campo que “ya fueron”.

Con escasa instrucción pero mucha intuición, ingenua picardía, síntesis de experiencia y sabiduría popular.

Purificados de sus defectos por el rigor del trabajo para ganar la subsistencia y engrandecer la patria, descartados luego por la técnica y la empresa agropecuaria, vaya mi recuerdo y homenaje a mis viejos compañeros.

8 de Octubre, 2007 (En el día del Trabajador Rural).

Tres cuentos pampas

No sé, estimados lectores de Chaverías, si debo distraer vuestro tiempo para comunicarles mis pobres “saberes”.

Veo que éstos se me van quedando tan atrás en el tiempo, y tienen poca aplicación práctica. Es más, la mayoría no sólo no lo hallará interesantes; ni sabrá de qué les estamos hablando, en el entrañable y viejo lenguaje. Claro que siempre habrá curiosos del pasado; tal vez los lean con agrado. A ellos nos dirigimos.

Intentaré trasmitir literatura, pero esta vez no será la que vino con los europeos, esa la encontrarán en libros y bibliotecas. Tampoco los textos de las viejas civilizaciones, como el del Popol-Vuh de los mayas, por ejemplo, que contiene el cuento de la rebelión de los utensilios domésticos contra sus dueños, a miles de kilómetros y siglos de distancia, en el Chaco Salteño, nuestros chirigüanos vienen relatando la misma historia por tradición oral.

Aquí me referiré a esa literatura preexistente en forma de cuentos, leyendas, etc., que entroncando con el fondo ancestral de toda la especie humana, ya estaba en América desde 13.000 años.

Los pueblos indígenas las trasmitieron de forma oral, y luego pasaron a la población campesina, mestiza, y aún a los inmigrantes acriollados.
De estas raíces, conozco unas pocas locales, en lo que relativamente puedan serlo, pues con variantes, forman parte del acerbo común americano, de extracción no europea.

Intentaré trasmitirles tres, de prosapia pampa, como los hubieran contado “cuiviche” (los  antiguos). Aunque ellos no hubieran querido que huincas y puebleros los sepan.

De todos modos, les prestaré mi memoria, para que estos anónimos ancestros puedan contarles, queridos lectores, sus cuentos de picardía ingenua, que según decían ellos, sucedieron en “vilmapulito” (principio del mundo).

Cuando anden cruzando campo a lo oscuro, y sientan que la Lechuza arma un escándalo de chistidos y gritos, que suenan algo así como: “cha ca ca ca cha, ca, cacarú ¡tap! ¡tap!” tengan por seguro que se ha encontrado con el Peludo, su compadre, con el que no se lleva bien desde añares, y cada vez que se cruza con él, lo cubre de insultos, y éste trata de escabullirse, disimulando.

Sucedió que antes, el Peludo era constructor de cuevas, y la Lechuza le encargó una para ella.

-¡Encantado, comadre! ¿Dónde la quiere?
-En esta lomita nomás, compadre.

Y el peludo enseguida le cavó una cueva, medio estrecha y poco honda.
-Entre, comadre, a ver si le gusta la cueva-dijo el “Covür

Se metió doña Neque, la Lechuza, apurada, y quedó apretada en la cueva, y con la mitad de atrás del cuerpo afuera.

¡Ahí nomás el descarado del Peludo se le prendió de las verijas a la comadre! (la acosó sexualmente, como dicen ahora).

Es por eso que siempre que la Lechuza se cruza con el Peludo, le hace unos vuelos rasantes y le grita: “Cas.. cas… ¡cascarudo forzador! Tasp, tasp, chist, chist”

Para vengarse de la Lechuza, Covür, el Peludo, vio a su compadre, Guor, el Zorro. Estos son sus nombres pampas. A la lechuza se debe nombrarlaCoa, Neque, o Yarquen, no se debe decirle su nombre verdadero porque se ofende mucho y es capaz de hacernos “mal de ojo”, porque en “la lengua” pampa, de la raíz de su nombre verdadero chiuüd derivaron los indígenas el verbo chiuüdchiuúdún: estar en continua rotación, y también chiuüdn: dar vueltas y chiuüddrupaiún: caminar dando vueltas, y chuúddrupán: dar media vuelta, volcarse. Estos dos últimos son los que más rabia le dan, porque recuerdan para siempre la jugarreta que le hizo el Zorro en nombre del Peludo.

Una tarde que doña Neque, estaba posada en un tronco seco, el Zorro, empezó a caminar dando vueltas a cierta distancia de la Lechuza, conociendo lo enormemente curiosa que era el ave.

Esta, para no dejar de mirar qué hacía el Zorro, en vez de girar su cuerpo, daba vueltas la cabeza como siempre lo hace.

Siguió el Zorro dando vueltas a su alrededor, hasta que a la lechuza se le desenroscó la cabeza, y se le cayó al suelo. Desde entonces que no quiere oír la palabra chiuüd, su onomatopéyico nombre, ni sus verbos derivados.

Para que le devolvieran el cráneo, les tuvo que trenzar dos lazos de tientos que en cuanto los tuvieron, los compadres se fueron a divertir a una pialada puerta afuera, en un auca-malal (corral de yeguas cimarronas) que había en el pago.

El Peludo, al que el Zorro lo había tomado por zonzo, a la puerta del corral se cavó una cueva honda, estrecha y con una curva. El aprovechador del Zorro le dijo: “compadre, haga otra cueva para mí, pero bien grande, para dormir al fresco después de la pialada”.

El Peludo le cavó una ancha y derecha.

Empezó la pialada y la primera yegua que portió, el Peludo que se ató el lazo a la cintura, le echó un pial y se zambulló en la cueva curva, hinchó la cáscara y cuando terminó el lazo, volteó la yegua limpita.

El Zorro dijo: es fácil. Se ató él también el lazo a la cintura, se escupió las manos, compadrito, se requintó el sombrero, y de fanfarrón eligió al padrillo de la manada: del cogote lo enlazó y se zambulló en la cueva grande y derecha.

Cuando se terminó el lazo, salió de la cueva como un cañonazo, y el padrillo disparando campo afuera lo arrastraba y golpeaba en los cardales.

El Peludo le gritaba: “¡Eche verija, compadre, haga uña!” Y como al Zorro, apretado por el lazo, se le salían unos soretitos alargados y secos, el Peludo le avisaba: “¡Compadre, que va perdiendo los cigarros!

Pasado un tiempo, el Peludo encontró en una vizcachera la calavera del Zorro, que le brillaban los dientes a la luz de la luna, y le dijo:“¡Compadre, seguro que se está riendo porque se acuerda de aquella pialada!”

Por andar robando guascas por los galpones y pollos en los gallineros del pueblo, el Zorro se había llenado de pulgas.

De tal modo que no podía dormir ni cazar, se lo pasaba rascando, y había quedado la piel y los huesos.

Una mañanita, recorriendo el campo sin perros, para no asustar a los bichos, lo vi que andaba costeando un alambrado viejo y cada tanto sacaba velloncitos de lana de la que enredaban las ovejas al rascarse en las púas.

Cuando tuvo un montoncito regular, lo alzó en la boca y salió al trotecito.

Intrigado, lo seguí con cuidado de no asustarlo.

Fue derecho por una sendita hasta una laguna media honda que había, y se empezó a meter en el agua muy lentamente y cada vez más hondo. Después de un rato, comprendí qué hacía el Zorro.

A medida que las invadía el agua, las pulgas se corrían más arriba. Con toda paciencia el Zorro se hundía muy despacito y las pulgas se desplazaban.

Ya asomaba sólo la cabeza, y ahora sólo afloraba el hocico con el vellón de lana fuera del agua.

Esperó bastante, y cuando todas las pulgas estaban refugiadas en el vellón de lana, lo soltó de golpe en medio de la laguna, y salió como cohete. Sacudiéndose el agua, sin mirar atrás, se me perdió entre las pajas. ¡Animalito pícaro!

Osvaldo Furlani
Febrero 2010
Año del Bicentenario

“Última Esperanza”

“Última Esperanza”

¡LA HUMANIDAD! – ¿CREACIÓN? ¿SUPER ESPECIE?
QUE PARTIÓ DEL ALFA, Y MARCHA HACIA EL OMEGA
DUDANDO ESTÁ HOY – SI ACASO LLEGA.
PROPIO DE ELLA ES, QUE SE ENSALCE, O SE DESPRECIE.

-MAS CUANDO SU ATÓMICA AMENAZA MÁS ARRECIE
CRECERÁ SU AUTOCONSERVACIÓN, PRUDENCIA Y LÓGICA
RENACIDA ESPERANZA VERDE Y ECOLÓGICA
DISIPADA CONTAMINACIÓN, QUE EL MUNDO APRECIE.

Y AÚN DESARME, QUE LA SALVE DEL LUDIBRIO,
RACISMO, DROGA, SIDA, U OZONAL DESEQUILIBRIO.
PORQUE SI EN EL BONAERENSE DECIR NO ME EQUIVOCO
CIERTO ES QUE EL “HOMO SAPIENS”, PARECE LOCO,
Y LOCO SERÁ – ¡PERO NO COME VIDRIO!

RENGO SONETO “CULTERANO-ATOMICO” Y PAVOTE
NO HOY MEJOR LO HARÍA, DON GONGORA Y ARGOTE.

Osvaldo Furlani

Pido Que La Fortuna

Pido Que La Fortuna Te Brinde:

Un lindo poncho e’ vicuña
con los flecos argentinos
pa que te abrigue del frío
que dá el olvido.

Que te dé un lazo trenzado
con cuero e’ lobo marino
que te aguante los cimbrones
cuando piales tu destino.

Que te dé un facón de acero
que tenga cabo de plata
para pelear la calumnia
que es tan ingrata.
Un pingo ancho de encuentros
y espuelas de gran rodaja
para pechar a la muerte
si es que te ataja.

Y de plata y de marfil
Las boleadoras potreras
para bolear a la dicha
que es tan matrera.

Y un mate bien retobado
con buche de ñandú moro
pa que te cebe el amor
con la bombilla de oro.

Osvaldo Furlani

Leyenda Del Cartero

Leyenda Del Cartero

Zaino obscuro; hocico e mula,
¡escarciador el bagual!
pa su trabajo postal
ensillado con montura,
y alardeando galanura
clavel rojo en la testera…
Subía el pingo a la vereda
aquel cartero, – Moyano
daba las cartas en mano,
a las mozas casaderas.
Luego… ¡A vaciar el buzón!
antes que llegara el tren.
Porque las cartas también
las llevaba a la estación.
Y sujetando las riendas
de su zaino compadrón
repartía las encomiendas
por toda la población…
Y sin perder el respeto
no esperaba que le pidan
solía leerle las misivas
a tantos analfabetos.

Como era humano y correcto
siempre infundía esperanza
a quién la postal tardanza
hacía dudar de los afectos…
Fue el mensajero perfecto
del Chaves de mi añoranza.
Hoy lo evoco del olvido
galopando entre los vientos…
Con su cartera a los tientos
y el tango de su silbido
no sé, si fue su destino
modesta jubilación,
pero se corrió el rumor
o tal vez, yo le imagino
un final muy argentino
en un “baile e corralón”…
por disputar a facón
un corazón femenino.

Osvaldo Furlani

Coplas De Tiempo Y Huella

Coplas De Tiempo Y Huella

Del balance de la vida
en la cuenta del ayer
tengo anotadas las coplas
en la hoja del haber.

No hay que buscar a las coplas
hace mucho lo aprendí
cuando quieren que las cante
ellas me buscan a mí.

Me lo enseñó una baguala
allá por el Tucumán,
una noche en Aguilares
nunca la supe olvidar.

Entre acequias y zanjones
recuerdo aquella otra vez
me regaló Hilario Cuadros
una cueca en Guaymallén.

Coplas del Chaco y Misiones
Corrientes y el Paraguay
¡Por dormir con la guarania
me despertó el sapucay!

Ese negro, viejo y ciego
era toda obscuridad.
¡Pero el que más alumbraba
en poniendose a cantar!

Las viejas coplas porteñas
del “Tiempo e’ Rosas” tal vez
solía pasar el platillo
en el Parque Japonés.

Y aquel soldado, Pacheco
en el cuartel del Tandil
¡Eran coplas las mudanzas
de su malambo cerril!

Guitarras de los Freydias
adonde estaba el nidal
de las más viejas milongas
de mi Chaves ancestral.

Yo le pido a la “Pelada”
cuando me venga a buscar…
las coplas que he cosechado
¡Que me las deje llevar!

Osvaldo Furlani

Vargas

Vargas

Parados:
Santos Leiva, Domingo “Garra de Águila” Pereira, Nemesio Gómez de Saravia (Melcho), Encantalicio Conte (Delegado playa), Pablo Serra (Secretario General), Hector “El León” Mir, Santiago Colussi.

Sentados:
Felipe Alcaráz, Ramón Galeano (Vargas), de chiripá, delegado de mano, Armando “Toro” Vasquez, José “Rubio” Valle, Vicente “Chapa” Astudillo e Inocencio “Pichin” Coronel.

“Moneda que está en la mano tal vez se deba guardar
moneda que está en el alma se pierde si no se da”.
Atahualpa Yupanqui

Hace pocos días, en compañía de Rubén Jiménez, por ser dos de los raleados sobrevivientes de la antigua estiba, cumplimos el doloroso deber de acompañar los restos mortales del que fuera en vida don Ramón Jesús Galeano, para nosotros cariñosamente “El Chon Vargas”.

Uno más de los anónimos trabajadores criollos. Y gaucho de ley, si los hubo. Mientras formábamos parte del más que humilde y austero cortejo que asistía a su devolución a la madre tierra, de la que fue cabal hijo, no pude menos que pensar: se va uno de los verdaderos patriotas que hicieron nuestra Argentina.

Y recordé que lo conocí en su juventud, cuando era un bien plantado paisano, jinete, mensual de la vieja estancia “San Juan de Chapar”…

Y comencé a calcular; niño caballerizo, peón de campo, soldado en la cordillera, después no menos de 40 años estibando en la playa ferroviaria, cuando la ley limitaba “humanamente” el peso de las bolsas en “no más de 70 Kg.”

sus vacaciones fueron unas 60 campañas entre esquila grande y chica. Ya jubilado, unos cuantos años más como sereno, hasta que cerró la casa cerealista. Pero todavía, a su ranchito de la Ruta 3, venían a buscarlo para changas varias, porque hubo pocos baqueanos como él para las carneadas de cerdos, tirar una línea de alambre, hacer en un santiamén con unas ramitas los churrascos para todo un campamento, o castrar un potro…

40 años Tesorero de los Estibadores… Y nunca faltó una moneda… En su franqueza ruda, me manifestó su responsabilidad en ocasión de ciertas calumnias; “Vos quedate tranquilo, hermano, el Tesorero soy yo y voy a responder con plata y con plomo”.

Nunca “se le mezcló” el poco dinero de él, con el de la Sociedad de Estibadores, como hoy frecuentemente les suele ocurrir a funcionarios más instruidos, de instituciones más importantes.

Lo recuerdo en su carácter de delegado de la “cuadrilla chica”, terminado el pilote que estaba estibando, bajando los escalones del burro, secándose el sudor con el pañuelo de cuello, ladeando el chiripá para sacar la billetera (la del dinero de él), y decirle a varios compañeros ambulantes que llegaron ese año “de la seca grande” de Dorrego y Pringles donde no hubo cosecha:
– No puedo darles trabajo, porque ya dimos todas las changas solidarias a otros que llegaron primero… pero tomen estos pesos para que puedan seguir viaje…

Descansa en paz, COMPAÑERO con mayúsculas.

Y yo, cómo no voy a esbozar una mueca irónica, cuando viene algún imberbe asesor o un atildado político, a enseñarnos que para levantar el país “los argentinos tenemos que aprender la cultura del trabajo”.

Osvaldo Furlani
20/1/2004

Vargas

Don Santiago Colussi (Síndico)
Don Ramón Galeano (Tesorero)
Don Hermelindo Aramburo (Revisor de Cuentas)
Presentando el Balance Anual ante la Asamblea de Estibadores.

Pompilio, un caballo crespo

A los pocos probables lectores de “Chaverías”:

A riesgo de ser monotemático con relatos de chatas y carros, les voy a contar uno más. Éste no va a ser de los carreros de Chaves, pero no importa, porque los carreros de Lobería, los de Chaves, Juárez, Tres Arroyos, etc. convergían todos en el puerto de Quequén. Y allí, confraternizando, eran todos uno, en el puerto y en la huella, como lo son hoy en el olvido.

Debo aclarar que no son lo mismo carreteros que carreros.
Carreteros eran los antecesores, los de las carretas tiradas por bueyes. Después vinieron los carreros, los de los carros y chatas, arrastrados por caballos. (Salvo los carros cuyanos y de otras provincias, tirados por mulas).

Tampoco todos los carreros fueron gauchos de bota de potro, al contrario. Había muchos vascos, pero también de otras naciones y algunos hijos de la bella Italia.

Chata de Heraclio y Fructuoso Díaz, en el galpón de la Estación Alzaga. (facilitada por Tito Díaz)

Carreta de bueyes vadeando río.

Pueblo Chico… Cielo Grande

Ya salen, ¡al fin!, sus ocho años enfundados en el guardapolvo rabón, que deja asomar las rodillas, donde el talco quiere ocultar las raspaduras del último “picado”.

Las patitas de tero repican en el corredor, enfrentando el frío de la soleada mañana de aquel julio del treinta y tantos.
Ha quebrado a la pasada el carámbano que dejó la helada en la canilla goteadora del jardín.

Mira de reojo la gran escarapela azul y blanca, que viene luciendo con tanto orgullo, toda esa semana patria.

Dentro de esa cabecita de rebeldes remolinos castaños, semi-peinada, semi-despierta, se mezclan las lecciones de la maestra, las ilustraciones del salón y la admiración sin límites por esos Gauchos de Güemes, que a lazo y boleadoras echaron a esos antipátcos españoles ¡tan mandones! (Eso habría que hacerle al gallego” de la esquina, que no los deja jugar en la vereda).

Cuando sea grande, va a mandar, como San Martin, muchos granaderos; si casi se figura que la cartera de los útiles, que carga a su espalda, es la mochila del soldado “Patricios”, que está en la lámina de la “Historia de Grosso”. Sí, va a luchar y echar del país a todos los extranjeros…

Pero… de pronto se ha acordado del abuelito español, tan cariñoso, con sus inagotables bolsillos de caramelos… bueno,¡a él no, ni al vasco lechero que le da una vueltita en el carro de reparto, ni al turco del almacén, que siempre le da la “yapa”… la “nona” que le cuenta cuentitos en italiano… bueno a ellos los va a dejar, pero a ese gallego de mier…

Ya ha dado la vuelta al corralón, y queda momentaneamente deslumbrado por el brillo de la escarcha, que blanquea el inmenso potrero baldío, que deberá cruzar por el caminito del medio ¡Que heladon!.

Oye asombrado el sonido de un cencerro y entre el vapor que levanta el sol, descubre, ¡oh maravilla! una gran caballada suelta en el potrero, y cerca del caminito, una gran chata, de gigantescas ruedas, y bajo ella, sentado sobre una pila de aperos, tomando mate y acariciando a un perrazo barcino, frente a un fuego donde se dora un asado, hay un gaucho, ¡Como los de Güemes!, con poncho y todo.

Pero lo que lo deja tan pasmado, que hasta se olvida de la hora de clase, es que del tupido cicutar que hay detrás del carro, ha salido una yegua blanca y trotando junto a ella, el más bonito potrillito tobiano que pudiera haber soñado existiera en toda la pampa.

Verlo, y quedar prendado, es todo uno, es tan fuerte el recien nacido deseo de tenerlo, que sin saber como, se encuentre de pronto, medio abatatado, frente al carrero de adustos bigotazos, al que saluda con un timido “Buenos dias, señor”, que el viejo ha contestado con un carraspeo y el perro con un gruñido… Al fin, con vocesita apenas audible se atreve a preguntar: “Señor ¿no me venderia el potrillito?… Yo tengo dos monedas de diez y muchas de cinco en la alcancia…”

El viejo gaucho lo está observando con un brillito socarrón bajo las espesas cejas tordillas y ¡por fin!, después de chupar el mate habla, y al chico le parece que por su boca le hablara la Patria:
“¡Hum!, ¡ajá!, por tu laya se me hacia que eras un pichón de gringo, pero por esa escarapela veo que sos argentino… así que como argentino, has de ser medio de a caballo, y yo justo estoy precisando un caballerizo, así que si vos te animás a subir el potrillo, te lo regalo ¿Qué te parece?”. Loco de contento, ha aceptado inmediatamente, aunque ya pensando: “(y… andar sé, bueno… un poquito, el potrillito parece mansito…”) pero se acuerda de golpe, ahora tengo que ir a la escuela, y alarmado pregunta: “¿Señor, usted no se va a ir hasta 1 a tarde, verdad?”

Divertido, el viejo, lo vuelve a mirar y responde “Vaya tranquilo nomás, un argentino no hace esperar a la maestra, el potrillo va a estar aquí, yo tengo que esperar unos días, hasta que don Victoria, el herrero del fondo del potrero, me enllante las ruedas”.

Ya el chico ha cruzado corriendo por el caminito, cuidando de no mojarse los pies con el pasto, y doblando el otro corralón, está en la esquina donde empieza el empedrado. Todavía va a llegar temprano a la escuela pero ¡hoy es el dia de las sorpresas! Pasa un camión cargado de cajones, en el que va un hombre con una gran corneta de latón, pregonando: “iMandarinas de San Pedro! iA las ricas mandarinas! Como esto no es frecuente en el pueblo, no hay que perderse esta novedad; hay que mirar el camión, que ha parado en la esquina.

El hombre de la corneta baja del camión y arroja en la calle de tierra un cajón con varias frutas pasadas”, envueltas en lindos papeles verdes y rosas; vuelve a subir y se aleja velozmente. ¡Qué hermosos papeles para hacerse un barrilete! Hay que sacarse la mochila y meterlos en ella, pero, ¿Qué hacer con la fruta podrida, sino jugar a las bombas?

Todavia es temprano para llegar a clase, asi que sin la cartera en la espalda, se puede trepar al enorme poste de la “Unión Telefónica”, por la escala de estribos, como si fuera el Palo Mayor del barco del Almirante Brown, y arrojar de alli las mandarinas.

Casi desde la punta del poste, (¡Qué lindo se ve!) apoya el cajón con las frutas en la cruceta y observa que por la calle empedrada viene un Ford, sin capota, y haciendo un gran estrépito y más humo que la máquina “express” de la confitería París.

Al volante, muy orondo, se ha instalado don Nicola, el próspero chacarero italiano, con su cadena de oro cruzándole la panza, sobre el chaleco y la testa medio agachada tras el parabrisas de mica, para que el viento no le vuele la galera.

Entonces, el “Almirante Brown”, rompe el fuego por estribor, y la primera “bomba mandarina” revienta en el capot de don Nicola, que asombrado, se incorpora sobresaliendo del parabrisas, lo suficiente como para que la segunda andanada del “corsario” le haga volar el “borsalino” de la cabeza.
Pero entonces ya ha divisado al causante, por lo que aplicando sus “infalibles” frenos… pasa de largo frente al palo, vomitando itálicas maldiciones y logrando detenerse como a una cuadra, se apea y comienza a correr hacia el poste, gesticulando furioso.

El “almirante” piensa que debe volar la santabárbara antes que rendirse, pero como emergiendo tras del Ford de don Nicola, corno los granaderos tras los muros del convento, se lanza a la carga el misrnísimo sargento Ciriaco, jinete en su tordillo, reboleando su enorme sable; empieza un vertiginoso descenso del mástil, salteando escalones, y como la cosa apura, de casi la mitad del poste se lanza al suelo, volviendo a pelarse las rodillas, y dejando la cartera, huye perseguido por la caballería argentina y la infantería italiana al mismo tiempo.

Como una centella dobla el corralón, penetra al potrero, y se zambulle en el cicutal, mojándose el guardapolvo con la helada, y queda agazapado temblando.
Pero entonces, de la cercana chata, oye la voz del carrero que le ordena: “Vení, matrero, metete bajo el carro, que para hacerte perdiz se te ve blanquear mucho entre el cicutal”, subite al catre y quedate quieto, que par salvarse de la partida hay que ser sereno.

Trepa el chico hasta la hamaca de bolsas que cuega siempre del piso de las chatas, venciendo la repugnancia del olor a cuero y el miedo al perro que le gruñe; el gaucho viejo lo cubre totalmente con unas matras y el poncho que se ha quitado.

Escucha fuertes pasos, y segundos después, casi sin respirar de miedo, oye esta conversación:
– “Dove stá il brigante”
– Epa, amaine, que me asusta los cabal1os. ¿El vigilante, dice? Ahí viene atrás suyo; llegan a tiempo para churrasquear”.
– Ma no ¡il bambino!
– Sí, vino tengo, pero si va a ir a buscar más, vaya nomas.
– ¡Ma Cristo! io busco al Mazcalzoni.
– “Sí, malcalzada está la rueda, por eso vengo a la herrería”.

Se oye torear al perro, y el gaucho: ” ¡Juera, perro! ¿Lo mordió?”
– ¡O porco cane!”
– ¿Poca carne? ¿Le parece? Ensarto otro churrasquito”
– Ma no, el chico, io lo amazzo”!
– “¡Le parece chico y se va a poner a amasar tallarines ahora! Coma, que el asado alcanza y sobra”.

Se detiene un galope. “Salú sargento, llega a tiempo, pegue un tajo”.
– Gracias, don Braulio, estoy de servicio, ¿no vio pasar a un muchacho corriendo?”
– “Sí, se ganó por el hinojal de la otra punta”.
– “Bueno, don Nicola (se oye al sargento), usted que tiene auto, de la vuelta a la manzana y espere en la otra cuadra, a la salida del baldío, contra la herrería. Yo con el caballo le vaya arriar a ese vago para su lado y así lo agarramos; no se meta en el yuyal que se va a mojar todo; vaya no más”.

Se oyen pasos que se alejan y ruido del Ford.
“Ate, sargento, el pingo en la rueda y priéndase al churrasco, que la helada es brava; el gringo ya se perdió de vista”.

Una manaza levanta las pilchas del catre y el viejo mirándolo muy serio le dice: “entregate, muchacho; el sargento vio tus huellas en el rocío, y sabe que estás en el catre… peor si te agarra el gringo”.

Sale entonces, “haciendo pucheros”, de debajo de la chata, para verse al lado del mismísimo sargento, que con su rostro aindiado lo mira severamente.
El chico observa el enorme sable al costado del policía y los grandes galones blancos, del codo al hombro, en el uniforme bayo y descolorido.

“¡Caiste, matrero!, le dice tomándolo de un brazo, y sacando unas relucientes esposas le pone una en la muñeca flaquita, que baila dentro de ella.

Lo ve casi por llorar y le dice algo más blando: “Mirá, gringito loco, más te conviene ir preso, que te agarre tu paisano.

El gaucho interviene y dice: “No, si este no es gringo, así como lo ve, medio alazán y zarco,es argentino y domador de potrillos; bueno, si va a parar al cepo, es mejor que antes le de permiso para que se caliente en el fogón, que está mojado de los yuyos y se tome unos mates para aguantar mejor”.

Le pasa la enorme calabaza, que le llena toda la mano libre y se esfuerza en tragar junto con las lágrimas el enorme cimarrón, tan distinto del matecito dulce y enlazado, que usa su madre, y que “después que tomen los mayores”, suele probar a veces.

Devuelve el mate medio lagrimeando, aunque le pareció que bajo los bigotes blancos y amarillentos de tabaco del viejo, se esconde algo así como una sonrisita.

Bueno, ¿Por qué no me lo larga, mi sargento, que este es criollo como usted, no ve como cimarronea?, y además yo lo preciso para que me dome los potrillos.
– Bueno, amigazo, si usted lo pide, lo voy a poner en libertad, por esta vez. Mirá, rubito vago, no vaya a ser que te largue y salgas gritándome cosas. Cada vez que yo pase, vos te tenés que cuadrar, como cuando suben la bandera en la escuela, y me saludás ¡Adiós, mi sargento!, ¿entendiste? Bueno, ahora andate a tu casa, inventate una excusa por la faltada a la escuela ¡Ah! y tomá la cartera, que yo la alcé en la esquina, porque si el gringo te la veia, con la bronca se la come… y le sacó las esposas.

Los talones le dan en la nuca, disparando para su casa, mientras oye las risotadas del sargento y del carrero, que se quedan churrasqueando bajo el carro.

… Se fue el invierno, vinieron las vacaciones, el potrero se llenó de tucuras y mariposas, el pasto está reseco, pero todas las tardes, al caer el sol, cuando deja el servicio y cruza el caminito en el tordillo, rumbo a su casa, el sargento ve al chico, firme, junto al alambrado del patio que da al baldio y oye su vocesita: ¡Adiós, sargento Ciriaco!
“Portate bien, rubio”! … y la gallarda estampa del jinete se pierde en el polvaderal…

Después, como en la zamba, las nieves y los años, me arriaron lejos. Lo que ayer fue esperanza hoy es recuerdo…

El viejo potrero se cubrió totalmente con las casas del centro… Los vendavales se llevaron el poste de la esquina… La chata de don Braulio se fue convirtiendo en polvo en alguna rinconada del camino… El asfalto cubrió las calles, y el herrero don Victorio se fue a arreglarle a Tata Dios las llantas del Arco Iris…

TIEMPOS NUEVOS
Un hombre corpulento entra apurado en el Banco Provincia, tiene poco tiempo que perder; cobrar cheques, pagar un impuesto y salir enseguida, debe viajar y tiene el pasaje anticipado.

Nerviosamente, hace sus diligencias, y al fin se retira de la ventanilla, pero en la humilde cola de los jubilados, advierte a un viejito alto y flaco, que aguarda su turno con marcial apostura.

Duda en demorarse; no está seguro de reconocerlo, no puede perder tiempo, pero, asi y todo, al pasar, se cuadra y por las dudas, le dice: “¡Adiós, sargento Ciriaco!”. El viejo lo mira opacamente, sin parecer conocerle. Entonces, el hombre, algo avergonzado sigue presuroso, pero ya a punto de trasponer la puerta de vaivén, le llega una voz cascada, una voz que le retorna de pronto a un mundo perdido, un mundo de potrillos, de bolitas, de gomeras…
“¡Portate bien, Rubito!”.