Centenario

Se inicia así la guerra entre huincas y aborígenes por prepotencia del huinca. Ocurre esto un 15 de junio de 1536. No terminará esta guerra hasta pasados los tres siglos de iniciarse. En el combate de Corpus Christi, a orillas del río Lujan, como se le llamó para recordar a uno de los caídos, los llaneros aborígenes demostraron a los huincas de Europa que sabrían defender su tierra.

Las boleadoras, arma nueva, enredábanse en las patas de los caballos. Bestias y hombres cayendo, hallaban la muerte. ¡Hecho inaudito!: la caballería salió derrotada, por primera vez. Y los arcabuceros salvaron a los heridos de terminar sus días lanceados junto a sus bestias por aquellos guerreros cobrizos a quienes no imponía la rara conjunción de caballo y jinete. Boleados, perecieron don Diego de Mendoza, Pedro de Benavides, sobrino del adelantado, Galaz de Medrano, Pedro Luján, Juan Manrique y otros caballeros.

Mendoza siente desfallecer su grande ánimo. No será la empresa por él emprendida similar a las de Pizarro y Cortés. ¿Aquellos nómadas guerreros podrán más que las huestes de los imperios azteca e incaico? ¿No le dejarán alcanzar la montaña de plata y el lago de oro que por aquel mar dulce, según la leyenda, se llega?… ¡No lo dejarán vivir tan siquiera!

Aquellos salvajes desnudos demostrarán más que los súbditos de Atahualpa y Moctezuma decisión y afán para defender su tierra. Ni el caballo fabuloso ni el estampido del arcabuz espantable les meterán miedo. Contra ellos: dardos, lanzas, macanas, bolas arrojadizas y la unión, el número de los agredidos. Columnas de humo empezaron a hablar en el desierto. Y a convocar las tribus de las islas y las pampas para el primer malón. El chocerío que es aquella recién fundada Buenos Aires, ve su empalizada y foso rodeados de indios que le arrojan flechas y bolas con haces de paja encendida, y les queman los techos deleznables. Ruge el cañón, los arcabuces detonan; pero los huincas encerrados en Buenos Aires no pueden salir de su empalizada. Están sitiados. Y el hambre los acosa.

El hambre, enfermedad la más rabiosa (la Argentina). Dice el cronicón en verso del arcediano Martín del Barco Centenera.

Lo que más que aquesto junto
nos causo ruina tamaña
fue la hambre mas extraña
que se vio,
la ración que allí se dio
de farina y de bizcocho
fueron seis onzas u ocho
mal pesadas.
Las viandas más usadas
eran cardos y raíces
y a hallarlos no eran felices
todas veces.
El estiércol y las heces,
que algunos no digerían,
muchos tristes los comían
que era espanto;
allegó la cosa a tanto,
que, como en Jerusalén,
la carne de hombre también
la comieron…

(Romance elegíaco)

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